martes, 24 de mayo de 2011

poema IV, Roberto Santoro

Que de locos,
la locura está avanzando,
que ciudad,
que su muerte está rodando,
rodando que su jaula
nos sigue enjaulando
con función semejante
que nos roban al aire con tango,
con su trampa vieja,
su trenza con su reja
que nos sigue engañando,
que nos guiñan, negocio,
que parodian con el ocio,
que nos siguen negociando


*Poema IV, El tango que se queda

VERBO IRREGULAR, Roberto Santoro



yo amo
tú escribes
él sueña
nosotros vivimos
vosotros cantáis
ellos matan.
Mi casa se puebla de arlequines
cuando hay ruido de besos en el aire.

CUADRO, Roberto Santoro



Cada vez que hay un problema
el juez levanta el martillo
y el país se hunde
más adentro.

martes, 10 de mayo de 2011

Algo, Paco Urondo


a Rubén Rodríguez Aragón

con tu muerte algo vendrá algo que jamás sacudió tu conciencia
no importará la tierra que te rodea el árbol que te soporta el agua que admitió tu pereza
no será algo que ahora retumba en tu memoria ni las resonancias que prefirió olvidar
vendrá algo sin vínculos una lluvia sin pasado sin gestos censurables o bondadosos
no estará en juego tu salvación tampoco el olvido ni el arrepentimiento
el "ángel tuerto" no vendrá a consolarte no será necesario y olvidarás también el consuelo para tu corazón no habrá consuelo el día en que caigas
no habrá estaciones ni pájaros ni trenes ni alcohol ni sangre penosa que aguantar
no por eso habrá descanso el día en que llegue algo que no suponías algo que vendrá a reclamar el lugar en el mundo que supiste negarle una indescriptible culpa haciendo estallar las huellas que minuciosamente lograbas distribuir
ningún rastro
con tu muerte vendrá una nueva y desconocida vergüenza

El ocaso de los dioses, Paco Urondo




No hay nadie en la calle, en los ruidos húmedos, en el
vuelo de las hojas y mis pasos quieren reiniciar
las maderas de la adolescencia.
Pero todo está abandonado, no hay nada que pueda
favorecernos; ningún aire de inconsciencia, ningún
reino de libertad. Sólo hábitos tolerantes haciendo
crujir nuestra memoria. "Ha estado bien", decimos.
Dueños del incendio, de la bondad del crepúsculo,
de nuestro hacer, de nuestra música, del único
amor incoherente; soberanos de esa calle donde los
tactos y la impresión hicieron su universo.
Las sombras acarician aún sus veredas, tu mismo
nombre y tu gesto son una forma nocturna que en
esa constelación crece y sabe enrostrar nuestra
culpa.
Y todo termina con una esperanza, con una dilación
–"ha estado bien"–, o en un bostezo, o en otro
lugar donde es menester el coraje.

La pura verdad, Paco Urondo




Si ustedes lo permiten,
prefiero seguir viviendo.
Después de todo y de pensarlo bien, no tengo
motivos para quejarme o protestar:
siempre he vivido en la gloria: nada
importante me ha faltado.
Es cierto que nunca quise imposibles; enamorado
de las cosas de este mundo con inconsciencia y dolor
y miedo y apremio.
Muy de cerca he conocido la imperdonable alegría; tuve
sueños espantosos y buenos amores, ligeros y culpables.
Me averguenza verme cubierto de pretensiones; una gallina torpe,
melancólica, débil, poco interesante,
un abanico de plumas que el viento desprecia,
caminito que el tiempo ha borrado.
Los impulsos mordieron mi juventud y ahora, sin
darme cuenta, voy iniciando
una madurez equilibrada, capaz de enloquecer a
cualquiera o aburrir de golpe.
Mis errores han sido olvidados definitivamente; mi
memoria ha muerto y se queja
con otros dioses varados en el sueño y los malos sentimientos.
El perecedero, el sucio, el futuro, supo acobardarme,
pero lo he derrotado
para siempre; sé que futuro y memoria se vengarán algun día.
Pasaré desapercibido, con falsa humildad, como la
Cenicienta, aunque algunos
me recuerden con cariño o descubran mi zapatito
y también vayan muriendo.
No descarto la posibilidad
de la fama y del dinero; las bajas pasiones y la inclemencia.
La crueldad no me asusta y siempre viví deslumbrado
por el puro alcohol, el libro bien escrito, la carne perfecta.
Suelo confiar en mis fuerzas y en mi salud
y en mi destino y en la buena suerte:
sé que llegaré a ver la revolución, el salto temido
y acariciado, golpeando a la puerta de nuestra desidia.
Estoy seguro de llegar a vivir en el corazón de una palabra;
compartir este calor, esta fatalidad que quieta no
sirve y se corrompe.
Puedo hablar y escuchar la luz
y el color de la piel amada y enemiga y cercana.
Tocar el sueño y la impureza,
nacer con cada temblor gastado en la huida
Tropiezos heridos de muerte;
esperanza y dolor y cansancio y ganas.
Estar hablando, sostener
esta victoria, este puño; saludar, despedirme
Sin jactancias puedo decir
que la vida es lo mejor que conozco.