sábado, 12 de noviembre de 2011

Andres Rivera, su biografia

Andrés Rivera nació en Buenos Aires en 1928. Hijo de inmigrantes, fue, sucesivamente, obrero textil, periodista y escritor. Prefiere escribir por las mañanas, a mano, en cuadernos y con alguna lapicera de buen trazo. Cuando escribe sigue algunos consejos de Hemingway: releer y corregir una y otra vez los manuscritos. En varias oportunidades ha dicho que para él existen dos tipos de escritores: los que quieren ser escritores y los que quieren escribir.
Marcos Ribak (éste es su verdadero nombre) comenzó a escribir a finales de los años cincuenta. Esos años componen un primer momento en la obra de Rivera. Esta primera etapa comprende los siguientes títulos: El precio (1957), Los que no mueren (1959), Sol de sábado (1962) y Cita (1965), enmarcados dentro de su compromiso militante en el Partido Comunista. (Rivera se afilió en 1945 y fue expulsado del partido en 1964.
En 1972, se publica Ajustes de cuentas, una colección de cuentos con el estilo de la novela negra de Chandler o Hammett, dos escritores admirados por Rivera. Luego de esa publicación, Rivera se sumergió en el silencio durante diez años. Hoy en día, reconoce que estos años le sirvieron para acercarse a grandes autores que no leía por prejuicios.
Con Una lectura de la historia (1982), Rivera inaugura así su segunda vuelta. En este segundo momento encontramos una literatura sin didactismos; con un lenguaje renovador, lacónico pero potente, donde lo dicho es tan importante como lo no-dicho.

En algunas de sus obras, la historia actúa como escenario, como fondo. Este es el caso de la colección de cuentos titulada Mitteleuropa (1993) donde hombres sin nombres luchan, vacilan, sueñan, desean y actúan en un marco de luchas de poder, de guerras y exilios.
La hegemonía de Rivera fue reconocida con singulares premios: en 1985, obtuvo el Segundo Premio Municipal de Novela con En esta dulce tierra; en 1992 (un año antes había publicado El amigo de Baudelaire), recibió el Premio Nacional de Literatura por su novela La revolución es un sueño eterno; en 1993, la Fundación El Libro distinguió La sierva como el mejor libro publicado en 1992, y El verdugo en el umbral obtuvo el Premio Club de los XIII 1995.
El Farmer (1996) volvió a colocar a Rivera entre los autores más reconocidos por el público y la crítica. Luego, en 1997, llegaría Nada que perder, y un año más tarde el volumen de cuentos La lenta velocidad del coraje.
Sus últimas obras, El profundo sur, Tierra de exilio y Hay que matar no sólo ratificarían las condiciones de Andrés Rivera, sino que lo llevarían a ocupar, nuevamente, la cima de los best sellers.
Actualmente, vive en Bella Vista, Córdoba, junto a su fiel compañera Susana Fiorito. Todos los viernes coordina un ciclo de cine-debate, donde participan los vecinos del barrio, en la Biblioteca Popular de esa ciudad.

Entre sus obras:
• Nada que perder (1982)
• En esta dulce tierra (1984)
• Los vencedores no dudan
• Una lectura de la historia
• La revolución es un sueño eterno (1987)
• El amigo de Baudelaire (1991)
• La sierva (1992)
• Mitteleuropa (1993)
• El verdugo en el umbral (1994)
• El farmer (1996)
• La lenta velocidad del coraje (1998)

Andres Rivera, "La revolución es un sueño eterno" (fragmentos)

XII
¿Qué nos faltó para que la utopía venciera a la realidad? ¿Qué derrotó a la utopía? ¿Por
qué, con la suficiencia pedante de los conversos, muchos de los que estuvieron de nuestro
lado, en los días de mayo, traicionan la utopía? ¿Escribo de causas o escribo de efectos? ¿Escribo
de efectos y no describo las causas? ¿Escribo de causas y no describo los efectos?
Escribo la historia de una carencia, no la carencia de una historia.

XXI
¿Quién escribe las preguntas que escribe esta mano? ¿El orador de la Revolución? ¿El representante
de la Primera Junta en el ejército del Alto Perú? ¿El lengua cortada? ¿Quién de
ellos dicta estos signos? ¿Acaso alguien que no es ninguno de ellos?

V
¿Qué juramos, el 25 de mayo de 1810, arrodillados en el piso de ladrillos del Cabildo? ¿Qué
juramos, arrodillados en el piso de ladrillos de la sala capitular del Cabildo, las cabezas gachas,
la mano de uno sobre el hombro de otro? ¿Qué juré yo, de rodillas en la sala capitular
del Cabildo, la mano en el hombro de Saavedra, y la mano de Saavedra sobre los Evangelios,
y los Evangelios sobre un sitial cubierto por un mantel blanco y espeso? ¿Qué juré yo en ese
día oscuro y ventoso, de rodillas en la sala capitular del Cabildo, la chaqueta abrochada y la
cabeza gacha, y bajo la chaqueta abrochada, dos pistolas cargadas? ¿Qué juré yo, de rodillas
sobre los ladrillos del piso de la sala capitular del Cabildo, a la luz de velones y candiles, la
mano sobre el hombro de Saavedra, la chaqueta abrochada, las pistolas cargadas bajo la
chaqueta abrochada, la mano de Belgrano sobre mi hombro?
¿Qué juramos Saavedra, Belgrano, yo, Paso y Moreno, Moreno, allá, el último de la fila viboreante
de hombres arrodillados en el piso de ladrillos de la sala capitular del Cabildo, la
mano de Moreno, pequeña, pálida, de niño, sobre el hombro de Paso, la cara lunar, blanca,
fosforescente, caída sobre el pecho, las pistolas cargadas en los bolsillos de su chaqueta,
inmóvil como un ídolo, lejos de la luz de velones y candiles, lejos del crucifijo y los Santos
Evangelios que reposaban sobre el sitial guarnecido por un mantel blanco y espeso? ¿Qué
juró Moreno, allí, el último en la fila viboreante de hombres arrodillados, Moreno, que estuvo,
frío e indomable, detrás de French y Beruti, y los llevó, insomnes, con su voz suave, apenas
un silbido filoso y continuo, a un mundo de sueño, y French y Beruti, que ya no descenderían
de ese mundo de sueño, armaron a los que, apostados frente al Cabildo, esperaron,
como nosotros, los arrodillados, el contragolpe monárquico para aplastarlo o morir en el
entrevero?
¿Qué juramos allí, en el Cabildo, de rodillas, ese día oscuro y otoñal de mayo? ¿Qué juró
Saavedra? ¿Qué Belgrano, mi primo? ¿Y qué el doctor Moreno, que me dijo rezo a Dios para
que a usted, Castelli, y a mí, la muerte nos sorprenda jóvenes?
¿Juré, yo, morir joven? ¿Y a quién juré morir joven? ¿Y por qué?

XII
Entre tantas preguntas sin responder, una será respondida: ¿qué revolución compensará
las penas de los hombres?