sábado, 12 de noviembre de 2011

Andres Rivera, su biografia

Andrés Rivera nació en Buenos Aires en 1928. Hijo de inmigrantes, fue, sucesivamente, obrero textil, periodista y escritor. Prefiere escribir por las mañanas, a mano, en cuadernos y con alguna lapicera de buen trazo. Cuando escribe sigue algunos consejos de Hemingway: releer y corregir una y otra vez los manuscritos. En varias oportunidades ha dicho que para él existen dos tipos de escritores: los que quieren ser escritores y los que quieren escribir.
Marcos Ribak (éste es su verdadero nombre) comenzó a escribir a finales de los años cincuenta. Esos años componen un primer momento en la obra de Rivera. Esta primera etapa comprende los siguientes títulos: El precio (1957), Los que no mueren (1959), Sol de sábado (1962) y Cita (1965), enmarcados dentro de su compromiso militante en el Partido Comunista. (Rivera se afilió en 1945 y fue expulsado del partido en 1964.
En 1972, se publica Ajustes de cuentas, una colección de cuentos con el estilo de la novela negra de Chandler o Hammett, dos escritores admirados por Rivera. Luego de esa publicación, Rivera se sumergió en el silencio durante diez años. Hoy en día, reconoce que estos años le sirvieron para acercarse a grandes autores que no leía por prejuicios.
Con Una lectura de la historia (1982), Rivera inaugura así su segunda vuelta. En este segundo momento encontramos una literatura sin didactismos; con un lenguaje renovador, lacónico pero potente, donde lo dicho es tan importante como lo no-dicho.

En algunas de sus obras, la historia actúa como escenario, como fondo. Este es el caso de la colección de cuentos titulada Mitteleuropa (1993) donde hombres sin nombres luchan, vacilan, sueñan, desean y actúan en un marco de luchas de poder, de guerras y exilios.
La hegemonía de Rivera fue reconocida con singulares premios: en 1985, obtuvo el Segundo Premio Municipal de Novela con En esta dulce tierra; en 1992 (un año antes había publicado El amigo de Baudelaire), recibió el Premio Nacional de Literatura por su novela La revolución es un sueño eterno; en 1993, la Fundación El Libro distinguió La sierva como el mejor libro publicado en 1992, y El verdugo en el umbral obtuvo el Premio Club de los XIII 1995.
El Farmer (1996) volvió a colocar a Rivera entre los autores más reconocidos por el público y la crítica. Luego, en 1997, llegaría Nada que perder, y un año más tarde el volumen de cuentos La lenta velocidad del coraje.
Sus últimas obras, El profundo sur, Tierra de exilio y Hay que matar no sólo ratificarían las condiciones de Andrés Rivera, sino que lo llevarían a ocupar, nuevamente, la cima de los best sellers.
Actualmente, vive en Bella Vista, Córdoba, junto a su fiel compañera Susana Fiorito. Todos los viernes coordina un ciclo de cine-debate, donde participan los vecinos del barrio, en la Biblioteca Popular de esa ciudad.

Entre sus obras:
• Nada que perder (1982)
• En esta dulce tierra (1984)
• Los vencedores no dudan
• Una lectura de la historia
• La revolución es un sueño eterno (1987)
• El amigo de Baudelaire (1991)
• La sierva (1992)
• Mitteleuropa (1993)
• El verdugo en el umbral (1994)
• El farmer (1996)
• La lenta velocidad del coraje (1998)

Andres Rivera, "La revolución es un sueño eterno" (fragmentos)

XII
¿Qué nos faltó para que la utopía venciera a la realidad? ¿Qué derrotó a la utopía? ¿Por
qué, con la suficiencia pedante de los conversos, muchos de los que estuvieron de nuestro
lado, en los días de mayo, traicionan la utopía? ¿Escribo de causas o escribo de efectos? ¿Escribo
de efectos y no describo las causas? ¿Escribo de causas y no describo los efectos?
Escribo la historia de una carencia, no la carencia de una historia.

XXI
¿Quién escribe las preguntas que escribe esta mano? ¿El orador de la Revolución? ¿El representante
de la Primera Junta en el ejército del Alto Perú? ¿El lengua cortada? ¿Quién de
ellos dicta estos signos? ¿Acaso alguien que no es ninguno de ellos?

V
¿Qué juramos, el 25 de mayo de 1810, arrodillados en el piso de ladrillos del Cabildo? ¿Qué
juramos, arrodillados en el piso de ladrillos de la sala capitular del Cabildo, las cabezas gachas,
la mano de uno sobre el hombro de otro? ¿Qué juré yo, de rodillas en la sala capitular
del Cabildo, la mano en el hombro de Saavedra, y la mano de Saavedra sobre los Evangelios,
y los Evangelios sobre un sitial cubierto por un mantel blanco y espeso? ¿Qué juré yo en ese
día oscuro y ventoso, de rodillas en la sala capitular del Cabildo, la chaqueta abrochada y la
cabeza gacha, y bajo la chaqueta abrochada, dos pistolas cargadas? ¿Qué juré yo, de rodillas
sobre los ladrillos del piso de la sala capitular del Cabildo, a la luz de velones y candiles, la
mano sobre el hombro de Saavedra, la chaqueta abrochada, las pistolas cargadas bajo la
chaqueta abrochada, la mano de Belgrano sobre mi hombro?
¿Qué juramos Saavedra, Belgrano, yo, Paso y Moreno, Moreno, allá, el último de la fila viboreante
de hombres arrodillados en el piso de ladrillos de la sala capitular del Cabildo, la
mano de Moreno, pequeña, pálida, de niño, sobre el hombro de Paso, la cara lunar, blanca,
fosforescente, caída sobre el pecho, las pistolas cargadas en los bolsillos de su chaqueta,
inmóvil como un ídolo, lejos de la luz de velones y candiles, lejos del crucifijo y los Santos
Evangelios que reposaban sobre el sitial guarnecido por un mantel blanco y espeso? ¿Qué
juró Moreno, allí, el último en la fila viboreante de hombres arrodillados, Moreno, que estuvo,
frío e indomable, detrás de French y Beruti, y los llevó, insomnes, con su voz suave, apenas
un silbido filoso y continuo, a un mundo de sueño, y French y Beruti, que ya no descenderían
de ese mundo de sueño, armaron a los que, apostados frente al Cabildo, esperaron,
como nosotros, los arrodillados, el contragolpe monárquico para aplastarlo o morir en el
entrevero?
¿Qué juramos allí, en el Cabildo, de rodillas, ese día oscuro y otoñal de mayo? ¿Qué juró
Saavedra? ¿Qué Belgrano, mi primo? ¿Y qué el doctor Moreno, que me dijo rezo a Dios para
que a usted, Castelli, y a mí, la muerte nos sorprenda jóvenes?
¿Juré, yo, morir joven? ¿Y a quién juré morir joven? ¿Y por qué?

XII
Entre tantas preguntas sin responder, una será respondida: ¿qué revolución compensará
las penas de los hombres?

sábado, 27 de agosto de 2011

El niño proletario / OSVALDO LAMBORGHINI



Desde que empieza a dar sus primeros pasos en la vida, el niño proletario sufre las consecuencias de pertenecer a la clase explotada. Nace en una pieza que se cae a pedazos, generalmente con una inmensa herencia alcohólica en la sangre. Mientras la autora de sus días lo echa al mundo, asistida por una curandera vieja y reviciosa, el padre, el autor, entre vómitos que apagan los gemidos lícitos de la parturienta, se emborracha con un vino más denso que la mugre de su miseria.
Me congratulo por eso de no ser obrero, de no haber nacido en un hogar proletario.
El padre borracho y siempre al borde de la desocupación, le pega a su niño con una cadena de pegar, y cuando le habla es sólo para inculcarle ideas asesinas. Desde niño el niño proletario trabaja, saltando de tranvía en tranvía para vender sus periódicos. En la escuela, que nunca termina, es diariamente humillado por sus compañeros ricos. En su hogar, ese antro repulsivo, asiste a la prostitución de su madre, que se deja trincar por los comerciantes del barrio para conservar el fiado.
En mi escuela teníamos a uno, a un niño proletario.
Stroppani era su nombre, pero la maestra de inferior se lo había cambiado por el de ¡Estropeado! A rodillazos llevaba a la Dirección a ¡Estropeado! cada vez que, filtrado por el hambre, ¡Estropeado! no acertaba a entender sus explicaciones. Nosotros nos divertíamos en grande.
Evidentemente, la sociedad burguesa, se complace en torturar al nino proletario, esa baba, esa larva criada en medio de la idiotez y del terror.
Con el correr de los años el niño proletario se convierte en hombre proletario y vale menos que una cosa. Contrae sífilis y, enseguida que la contrae, siente el irresistible impulso de casarse para perpetuar la enfermedad a través de las generaciones. Como la única herencia que puede dejar es la de sus chancros jamás se abstiene de dejarla. Hace cuantas veces puede la bestia de dos espaldas con su esposa ilícita, y así, gracias a una alquimia que aún no puedo llegar a entender (o que tal vez nunca llegaré a entender), su semen se convierte en venéreos niños proletarios. De esa manera se cierra el círculo, exasperadamente se completa.

¡Estropeado!, con su pantaloncito sostenido por un solo tirador de trapo y los periódicos bajo el brazo, venía sin vernos caminando hacia nosotros, tres niños burgueses: Esteban, Gustavo, yo.
La execración de los obreros también nosotros la llevamos en la sangre.
Gustavo adelantó la rueda de su bicicleta azul y así ocupó toda la vereda. ¡Estropeado! hubo de parar y nos miró con ojos azorados, inquiriendo con la mirada a qué nueva humillación debía someterse. Nosotros tampoco lo sabíamos aún pero empezamos por incendiarle los periódicos y arrancarle las monedas ganadas del fondo destrozado de sus bolsillos. ¡Estropeado! nos miraba inquiriendo con la cara blanca de terror
oh por ese color blanco de terror en las caras odiadas, en las fachas obreras más odiadas, por verlo aparecer sin desaparición nosotros hubiéramos donado nuestros palacios multicolores, la atmósfera que nos envolvía de dorado color.
A empujones y patadas zambullimos a ¡Estropeado! en el fondo de una zanja de agua escasa. Chapoteaba de bruces ahí, con la cara manchada de barro, y. Nuestro delirio iba en aumento. La cara de Gustavo aparecía contraída por un espasmo de agónico placer. Esteban alcanzó un pedazo cortante de vidrio triangular. Los tres nos zambullimos en la zanja. Gustavo, con el brazo que le terminaba en un vidrio triangular en alto, se aproximó a ¡Estropeado!, y lo miró. Yo me aferraba a mis testículos por miedo a mi propio placer, temeroso de mi propio ululante, agónico placer. Gustavo le tajeó la cara al niño proletario de arriba hacia abajo y después ahondó lateralmente los labios de la herida. Esteban y yo ululábamos. Gustavo se sostenía el brazo del vidrio con la otra mano para aumentar la fuerza de la incisión.
No desfallecer, Gustavo, no desfallecer.
Nosotros quisiéramos morir así, cuando el goce y la venganza se penetran y llegan a su culminación.
Porque el goce llama al goce, llama a la venganza, llama a la culminación.
Porque Gustavo parecía, al sol, exhibir una espada espejeante con destellos que también a nosotros venían a herirnos en los ojos y en los órganos del goce.
Porque el goce ya estaba decretado ahí, por decreto, en ese pantaloncito sostenido por un solo tirador de trapo gris, mugriento y desflecado.
Esteban se lo arrancó y quedaron al aire las nalgas sin calzoncillos, amargamente desnutridas del niño proletario. El goce estaba ahí, ya decretado, y Esteban, Esteban de un solo manotazo, arrancó el sucio tirador. Pero fue Gustavo quien se le echó encima primero, el primero que arremetió contra el cuerpiño de ¡Estropeado!, Gustavo, quien nos lideraría luego en la edad madura, todos estos años de fracasada, estropeada pasión: él primero, clavó primero el vidrio triangular donde empezaba la raya del trasero de ¡Estropeado! y prolongó el tajo natural. Salió la sangre esparcida hacia arriba y hacia abajo, iluminada por el sol, y el agujero del ano quedó húmedo sin esfuerzo como para facilitar el acto que preparábamos. Y fue Gustavo, Gustavo el que lo traspasó primero con su falo, enorme para su edad, demasiado filoso para el amor.
Esteban y yo nos conteníamos ásperamente, con las gargantas bloqueadas por un silencio de ansiedad, desesperación. Esteban y yo. Con los falos enardecidos en las manos esperábamos y esperábamos, mientras Gustavo daba brincos que taladraban a ¡Estropeado! y ¡Estropeado! no podía gritar, ni siquiera gritar, porque su boca era firmernente hundida en el barro por la mano fuerte militari de Gustavo.
A Esteban se le contrajo el estómago a raíz de la ansiedad y luego de la arcada desalojó algo del estómago, algo que cayó a mis pies. Era un espléndido conjunto de objetos brillantes, ricamente ornamentados, espejeantes al sol. Me agaché, lo incorporé a mi estómago, y Esteban entendió mi hermanación. Se arrojó a mis brazos y yo me bajé los pantalones. Por el ano desocupé. Desalojé una masa luminosa que enceguecía con el sol. Esteban la comió y a sus brazos hermanados me arrojé.
Mientras tanto ¡Estropeado! se ahogaba en el barro, con su ano opaco rasgado por el falo de Gustavo, quien por fin tuvo su goce con un alarido. La inocencia del justiciero placer.
Esteban y yo nos precipitamos sobre el inmundo cuerpo abandonado. Esteban le enterró el falo, recóndito, fecal, y yo le horadé un pie con un punzón a través de la suela de soga de alpargata. Pero no me contentaba tristemente con eso. Le corté uno a uno los dedos mugrientos de los pies, malolientes de los pies, que ya de nada irían a servirle. Nunca más correteos, correteos y saltos de tranvía en tranvía, tranvías amarillos.
Promediaba mi turno pero yo no quería penetrarlo por el ano.
—Yo quiero succión —crují.
Esteban se afanaba en los últimos jadeos. Yo esperaba que Esteban terminara, que la cara de ¡Estropeado! se desuniera del barro para que ¡Estropeado! me lamiera el falo, pero debía entretener la espera, armarme en la tardanza. Entonces todas las cosas que le hice, en la tarde de sol menguante, azul, con el punzón. Le abrí un canal de doble labio en la pierna izquierda hasta que el hueso despreciable y atorrante quedó al desnudo. Era un hueso blanco como todos los demás, pero sus huesos no eran huesos semejantes. Le rebané la mano y vi otro hueso, crispados los nódulosfalanges aferrados, clavados en el barro, mientras Esteban agonizaba a punto de gozar. Con mi corbata roja hice un ensayo en el coello del niño proletario. Cuatro tirones rápidos, dolorosos, sin todavía el prístino argénteo fin de muerte. Todavía escabullirse literalmente en la tardanza.
Gustavo pedía a gritos por su parte un fino pañuelo de batista. Quería limpiarse la arremolinada materia fecal conque ¡Estropeado! le ensuciara la punta rósea hiriente de su falo. Parece que ¡Estropeado! se cagó. Era enorme y agresivo entre paréntesis el falo de Gustavo. Con entera independencia y solo se movía, así, y así, cabezadas y embestidas. Tensaba para colmo los labios delgados de su boca como si ya mismo y sin tardanza fuera a aullar. Y el sol se ponía, el sol que se ponía, ponía. Nos iluminaban los últimos rayos en la rompiente tarde azul. Cada cosa que se rompe y adentro que se rompe y afuera que se rompe, adentro y afuera, adentro y afuera, entra y sale que se rompe, lívido Gustavo miraba el sol que se moría y reclamaba aquel pañuelo de batista, bordado y maternal. Yo le di para calmarlo mi pañuelo de batista donde el rostro de mi madre augusta estaba bordado, rodeado por una esplendente aureola como de fingidos rayos, en tanto que tantas veces sequé mis lágrimas en ese mismo pañuelo, y sobre él volqué, años después, mi primera y trémula eyaculación.
Porque la venganza llama al goce y el goce a la venganza pero no en cualquier vagina y es preferible que en ninguna. Con mi pañuelo de batista en la mano Gustavo se limpió su punta agresiva y así me lo devolvió rojo sangre y marrón. Mi lengua lo limpió en un segundo, hasta devolverle al paño la cara augusta, el retrato con un collar de perlas en el cuello, eh. Con un collar en el cuello. Justo ahí.
Descansaba Esteban mirando el aire después de gozar y era mi turno. Yo me acerqué a la forma de ¡Estropeado! medio sepultada en el barro y la di vuelta con el pie. En la cara brillaba el tajo obra del vidrio triangular. El ombligo de raquítico lucía lívido azulado. Tenía los brazos y las piernas encogidos, como si ahora y todavía, después de la derrota, intentara protegerse del asalto. Reflejo que no pudo tener en su momento condenado por la clase. Con el punzón le alargué el ombligo de otro tajo. Manó la sangre entre los dedos de sus manos. En el estilo más feroz el punzón le vació los ojos con dos y sólo dos golpes exactos. Me felicitó Gustavo y Esteban abandonó el gesto de contemplar el vidrio esférico del sol para felicitar. Me agaché. Conecté el falo a la boca respirante de ¡Estropeado! Con los cinco dedos de la mano imité la forma de la fusta. A fustazos le arranqué tiras de la piel de la cara a ¡Estropeado! y le impartí la parca orden:
—Habrás de lamerlo. Succión—
¡Estropeado! se puso a lamerlo. Con escasas fuerzas, como si temiera hacerme daño, aumentándome el placer.
A otra cosa. La verdad nunca una muerte logró afectarme. Los que dije querer y que murieron, y si es que alguna vez lo dije, incluso camaradas, al irse me regalaron un claro sentimiento de liberación. Era un espacio en blanco aquel que se extendía para mi crujir.
Era un espacio en blanco.
Era un espacio en blanco.
Era un espacio en blanco.
Pero también vendrá por mí. Mi muerte será otro parto solitario del que ni sé siquiera si conservo memoria.
Desde la torre fría y de vidrio . De sde donde he con templado después el trabajo de los jornaleros tendiendo las vías del nuevo ferrocarril. Desde la torre erigida como si yo alguna vez pudiera estar erecto. Los cuerpos se aplanaban con paciencia sobre las labores de encargo. La muerte plana, aplanada, que me dejaba vacío y crispado. Yo soy aquel que ayer nomás decía y eso es lo que digo. La exasperación no me abandonó nunca y mi estilo lo confirma letra por letra.
Desde este ángulo de agonía la muerte de un niño proletario es un hecho perfectamente lógico y natural. Es un hecho perfecto.
Los despojos de ¡Estropeado! ya no daban para más. Mi mano los palpaba mientras él me lamía el falo. Con los ojos entrecerrados y a punto de gozar yo comprobaba, con una sola recorrida de mi mano, que todo estaba herido ya con exhaustiva precisión. Se ocultaba el sol, le negaba sus rayos a todo un hemisferio y la tarde moría. Descargué mi puño martillo sobre la cabeza achatada de animal de ¡Estropeado!: él me lamía el falo. Impacientes Gustavo y Esteban querían que aquello culminara para de una buena vez por todas: Ejecutar el acto. Empuñé mechones del pelo de ¡Estropeado! y le sacudí la cabeza para acelerar el goce. No podía salir de ahí para entrar al otro acto. Le metí en la boca el punzón para sentir el frío del metal junto a la punta del falo. Hasta que de puro estremecimiento pude gozar. Entonces dejé que se posara sobre el barro la cabeza achatada de animal.
—Ahora hay que ahorcarlo rápido —dijo Gustavo.
—Con un alambre —dijo Estebanñ en la calle de tierra don de empieza el barrio precario de los desocupados.
—Y adiós Stroppani ¡vamos! —dije yo.
Remontamos el cuerpo flojo del niño proletario hasta el lugar indicado. Nos proveímos de un alambre. Gustavo lo ahorcó bajo la luna, joyesca, tirando de los extremos del alambre. La lengua quedó colgante de la boca como en todo caso de estrangulación.

sábado, 13 de agosto de 2011

La función del lector /2



Era el medio siglo de la muerte de César Vallejo, y
hubo celebraciones. En España, Julio Vélez organizó
conferencias, seminarios, ediciones y una exposición que
ofrecía imágenes del poeta, su tierra, su tiempo y su
gente.
Pero en esos días Julio Vélez conoció a José Manuel
Castañón; y entonces todo homanaje le resultó enano.
José Manuel Castañón había sido capitán en la guerra
española. Peleando por Franco había perdido una
mano y había ganado algunas medallas.
Una noche, poco después de la guerra, el capitán descubri
ó por casualidad, un libro prohibido. Se asomó, leyó
un verso, leyó dos versos y ya no pudo desprenderse. El
capitán Castañón, héroe del ejército vencedor, pasó toda
la noche en vela, atrapado, leyendo y releyendo a César
Vallejo, poeta de los vencidos. Y al amanecer de esa noche,
renunció al ejército y se negó a cobrar ni una peseta
más del gobierno de Franco.
Después, lo metieron preso: y se fue al exilio.

El origen del mundo



Hacía pocos años que había terminado la guerra de
España y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinas
de la República. Uno de los vencidos, un obrero anarquista,
recién salido de la cárcel, buscaba trabajo. En
vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para un
rojo. Todos le ponían mala cara, se encogían de hombros
o le daban la espalda. Con nadie se entendía, nadie
lo escuchaba. El vino era el único amigo que le quedaba.
Por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir
nada los reproches de su esposa beata, mujer de misa
diaria, mientras el hijo un niño pequeño, le recitaba el
catecismo.
Mucho tiempo después, Josep Verdura, el hijo de aquel
obrero maldito, me lo contó en Barcelona, cuando yo
llegué al exilio. Me lo contó: Él era un niño desesperado
que quería salvar a su padre de la condenación eterna y
el muy ateo, el muy tozudo, no entendía razones.
- Pero papá - le dijo Josep llorando - si Dios no existe,
¿Quién hizo el mundo?
- Tonto - dijo el obrero, cabizbajo, casi en secreto -.
Tonto. Al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles.

El mundo, Eduardo Galeano



Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia,
pudo subir al alto cielo.
A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde
arriba, la vida humana.
Y dijo que somos un mar de fueguitos.
-El mundo es eso -reveló- un montón de gente, un mar
de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las
demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos
chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de
fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego
loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos
bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la
vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear,
y quien se acerca se enciende.

lunes, 6 de junio de 2011

Pensamientos, Juan Gelman.




Soy de un país donde hace poco Carlos Molina
uruguayo anarquista y payador
fue detenido
en Bahía Blanca al sur del sur
frente al inmenso mar como se dice
fue detenido por la policía
Carlos Molina estaba
cantando hilando coplas
sobre el océano enorme los viajes
los monstruos del océano enorme
o coplas por ejemplo
sobre el caballo que se acuesta en la pampa
o sobre el cielo un suponer Carlos Molina
cantaba como siempre bellezas y dolores cuando
de pronto el Che empezó a vivir a morir en su guitarra
y así la policía lo detuvo
soy de un país donde se llora por el Che o en todo caso
se canta por el Che y
algunos están contentos con su muerte
"vieron" dicen "estaba equivocado la cosa no es así"
dicen y cómo carajo será la cosa no lo dicen o
prefieren recitar viejos versículos o
indicar señalar aconsejar mientras
los demás callan
miran al aire con los ojos perdidos
el comandante Guevara entró a la muerte
y allá andará según se dice
soy de un país donde costó creer que se moría y muchos
un servidor entre otros
se consolaba así:
"pero si él dice no hay que
pelear hasta morir hay que
pelear hasta vencer entonces no está muerto"
otros lloraban demasiado como quien
ha perdido a su padre y yo creo
que él no es nuestro padre y
con todo respeto creo que
está mal llorarlo así
soy de un país donde los enemigos no
pudieron depositar un solo insulto una sola
suciedad una sola pequeña porquería
sobre él y hasta algunos
lamentaron su muerte no
por bondad o humanidad o piedad
sino porque esos viejos perros
o muertos con permiso sintieron por fin un enemigo que
valía la pena
que un rayo de peligro
entraba en escena y entonces
iban a poder morir en serio
a manos o a balas de verdad "y no
en brazos de esta especie de disolución
en que nos vamos disolviendo" como
dijo uno de grande apellido
soy de un país donde sucedieron o suceden
todas estas cosas y aún otras
como traiciones y maldades en excesiva cantidad
y el pueblo sufre y está ciego y naides
lo defiende y sólo
el Che se puso de pie para eso
pero ahora
el comandante Guevara entró a la muerte
y allá andará según se dice
soy de un país complicadísimo
latinoeruocosmopoliurbano
criollojudipolacogalleguisitanoira
según dicen los textos y los textos que dicen
pues dicen y como dicen
así será la historia pero yo
les aseguro que no es cierto
de este país de fantasía
se fue Guevara una mañana y
otra mañana volvió y siempre
ha de volver a este país aunque no sea más que
para mirarnos un poco un gran poquito y
¿quién se habrá de aguantar?
¿quién habrá de aguantarle la mirada?
pero ahora nomás
el comandante Guevara entró a la muerte
y allá andará según se dice
pregunto yo
¿quién habrá de aguantarle la mirada?
¿ustedes momias del partido comunista argentino?
ustedes lo dejaron caer
¿ustedes izquierdistas que sí que no?
ustedes lo dejaron caer
¿ustedes dueños de la verdad revelada?
ustedes lo dejaron caer
¿ustedes que miraron a China sin entender que
mirar a China en realidad
era mirar nuestro país?
ustedes lo dejaron caer
¿ustedes pequeñitos
teóricos del fuego por correo partidarios
de la violencia por teléfono o
del movimiento de masas metafísico?
ustedes lo dejaron caer
¿ustedes sacerdotes del foquismo y más nada?
ustedes lo dejaron caer
¿ustedes miembros del club
de grandes culos sentados en "lo real"?
ustedes lo dejaron caer
¿ustedes los que escupen
sobre la vida sin
advertir que en realidad están
escupiendo contra el gran viento de la historia?
ustedes lo dejaron caer
¿ustedes que no creen en la magia?
ustedes lo dejaron caer
soy de un país donde al comandante Guevara
lo dejaron caer:
los militares los curas los homeópatas
los martilleros públicos
los refugiados españoles masoquistas judíos
los patrones y
los obreros también por ahora
"qué hombre qué hombrazo" sin embargo
me dijo a mí un obrero pedro
se llamaba se llama tiene
mujer que no recibe
hijitos por nacer y el pedro
me decía "qué hombre qué hombrazo cómo
lo quiero" decía el albañil pensando
en su madre una puta
famosa en toda Córdoba y madre
de siete hijos que crió con amor
Pedro ya con mayúscula
¡cómo saludo tu rencor
cómo te beso al pie de tus fracasos!
"qué pelotas" me dijo Pedro un día hablándome del Che
de ciertos adminículos que hierven
bajo la paz conjetural
de este país cosmopolita
el comandante Guevara entró a la muerte
y allá andará según se dice
yo estoy escribiendo esto
porque la Casa de las Américas de Cuba
institución muy respetable
ha resuelto publicar un número especial
de su revista dedicado
a testimonios sobre el Che
ahora que lo han muerto
según dicen y Roberto
Fernández Retamar íntimo mío pero más
pedazo mío que anda por ahí
por el Caribe formidable y fosforescente y amatorio y conspicuo
Roberto como dije
ha creído necesario que yo
escriba algo sobre esto o tal vez algún otro
creyó que así debía ser y pidió
artículos poemas etcétera a
colaboradores que
se sentirán más miserables todavía
si eso fuera posible si eso
fuera posible en realidad
soy de un país donde te hago caso
Roberto pero
decime o dime por favor
¿qué me pedís o pides?
¿qué escriba realmente?
te doy noticias de mi corazón nada más
¿alguno sabe en realidad
cuáles son las noticias de mi corazón?
¿alguno cree o creerá que me he negado a llorar excepto
con mi mujer o con tigo Roberto ahora
que narro estas cuestiones
y sé que la tristeza como un perro
siempre siguió a los hombres molestándolos?
soy de un país donde es necesario
no amar sino matar
a la melancolía y donde
no hay que confundir
el Che con la tristeza
o como dijo Fierro
hinchazón con gordura
soy de un país donde yo mismo lo dejé caer
y quién pagará esa cuenta quién
pero
lo serio es que en verdad
el comandante Guevara entró a la muerte
y allá andará según se dice bello
con piedras bajo el brazo
soy de un país donde ahora
Guevara ha de sufrir otras muertes
cada cual resolverá su muerte ahora:
el que se alegró ya es polvo miserable
el que lloró que reflexione
el que olvidó que olvide o que recuerde
y aquél que recordó sólo tiene derecho a recordar
el comandante Guevara entró a la muerte por su
cuenta pero ustedes
¿qué habrán de hacer con esa muerte?
pequeños míos ¿qué?
(como nadie se salva
entre paréntesis quiero
no por noción de estupideces posiblemente a mí
referidas
tampoco por piedad o
mera precaución
esas carnes podridas que no pueden
rezar a mediodía
quiero como repito
repetir una historia que no todos conocen y
de la cual hay algunos que
desconfían:
el poeta que escribe su poema
dejando en él la maravilla de
la vida y la muerte del comandante Guevara
ese porteño cordobés de mirada jodida
como de dios como de dioses
sorprendidos en medio de su milagro su
bota podrida por la selva del mundo
quiero decir que este poema o cosa
de la que hay que desconfiar
en la que hay que creer
no se termina en estas páginas
amable lector le ruego
que siga las noticias de los diarios
de la sip y la sap -Sección Angustia
Perimida por ejemplo o
Son Ángeles Potentes o Sobran Algunos
Policías- ruégole gran lector
que lea atentamente
líneas de sangre que se escriben cada día en Vietnam
y también en Bolivia qué joder
y también en la Argentina
caro lector yo le ruego que lea)
el comandante Guevara entró a la muerte
y allá andará según se dice
sé pocas cosas sé
que no debo llorar Ernesto sé que
de mí dependés ahora
te puedo sepultar con grandes lágrimas pero
en realidad no puedo
el poeta en realidad
se abstiene de llorar se abstiene
de escribir un poema sea
para la Casa de las Américas sea
para lo que sea el poeta
apenas si lloró en realidad
sigue mirando el mundo sabe
algún día la belleza vendrá
pero no hoy que estás ausente
el poeta
apenas sabe vigilar
che guevara
ahora deseo un gran silencio
que baje sobre mi corazón y lo abrigue
padre Guevara ¿qué será de tus hijos?
¿por qué te fuiste hermoso
sobre caballos de cantar?
¿quién habrá de juntarte otra vez?