sábado, 12 de noviembre de 2011

Andres Rivera, "La revolución es un sueño eterno" (fragmentos)

XII
¿Qué nos faltó para que la utopía venciera a la realidad? ¿Qué derrotó a la utopía? ¿Por
qué, con la suficiencia pedante de los conversos, muchos de los que estuvieron de nuestro
lado, en los días de mayo, traicionan la utopía? ¿Escribo de causas o escribo de efectos? ¿Escribo
de efectos y no describo las causas? ¿Escribo de causas y no describo los efectos?
Escribo la historia de una carencia, no la carencia de una historia.

XXI
¿Quién escribe las preguntas que escribe esta mano? ¿El orador de la Revolución? ¿El representante
de la Primera Junta en el ejército del Alto Perú? ¿El lengua cortada? ¿Quién de
ellos dicta estos signos? ¿Acaso alguien que no es ninguno de ellos?

V
¿Qué juramos, el 25 de mayo de 1810, arrodillados en el piso de ladrillos del Cabildo? ¿Qué
juramos, arrodillados en el piso de ladrillos de la sala capitular del Cabildo, las cabezas gachas,
la mano de uno sobre el hombro de otro? ¿Qué juré yo, de rodillas en la sala capitular
del Cabildo, la mano en el hombro de Saavedra, y la mano de Saavedra sobre los Evangelios,
y los Evangelios sobre un sitial cubierto por un mantel blanco y espeso? ¿Qué juré yo en ese
día oscuro y ventoso, de rodillas en la sala capitular del Cabildo, la chaqueta abrochada y la
cabeza gacha, y bajo la chaqueta abrochada, dos pistolas cargadas? ¿Qué juré yo, de rodillas
sobre los ladrillos del piso de la sala capitular del Cabildo, a la luz de velones y candiles, la
mano sobre el hombro de Saavedra, la chaqueta abrochada, las pistolas cargadas bajo la
chaqueta abrochada, la mano de Belgrano sobre mi hombro?
¿Qué juramos Saavedra, Belgrano, yo, Paso y Moreno, Moreno, allá, el último de la fila viboreante
de hombres arrodillados en el piso de ladrillos de la sala capitular del Cabildo, la
mano de Moreno, pequeña, pálida, de niño, sobre el hombro de Paso, la cara lunar, blanca,
fosforescente, caída sobre el pecho, las pistolas cargadas en los bolsillos de su chaqueta,
inmóvil como un ídolo, lejos de la luz de velones y candiles, lejos del crucifijo y los Santos
Evangelios que reposaban sobre el sitial guarnecido por un mantel blanco y espeso? ¿Qué
juró Moreno, allí, el último en la fila viboreante de hombres arrodillados, Moreno, que estuvo,
frío e indomable, detrás de French y Beruti, y los llevó, insomnes, con su voz suave, apenas
un silbido filoso y continuo, a un mundo de sueño, y French y Beruti, que ya no descenderían
de ese mundo de sueño, armaron a los que, apostados frente al Cabildo, esperaron,
como nosotros, los arrodillados, el contragolpe monárquico para aplastarlo o morir en el
entrevero?
¿Qué juramos allí, en el Cabildo, de rodillas, ese día oscuro y otoñal de mayo? ¿Qué juró
Saavedra? ¿Qué Belgrano, mi primo? ¿Y qué el doctor Moreno, que me dijo rezo a Dios para
que a usted, Castelli, y a mí, la muerte nos sorprenda jóvenes?
¿Juré, yo, morir joven? ¿Y a quién juré morir joven? ¿Y por qué?

XII
Entre tantas preguntas sin responder, una será respondida: ¿qué revolución compensará
las penas de los hombres?

2 comentarios:

  1. Recomiendo leer este libro del gran escritor argentino Andres Rivera.

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  2. Maravilloso pensamiento convertido en palabras que no nos son ajenas, preguntas constantes, seguimos produciendo y esperando respuestas.

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